
“Boris. Es un nombre de origen eslavo en cuya raíz está el verbo luchar”. Es el texto que enmarcado, al lado de otros recuerdos familiares, cuelga en la pared en la casa de mis padres. Tengo mucha curiosidad por saber qué cuelga sobre la pared de Stanley Johnson y Charlotte Fawcett, los padres del flamante primer ministro británico. Sí, Stanley y Charlotte son los donantes del material genético que construyó está figura tan prominente en la recién historia de las islas.
Ya se escribieron ríos de tinta y (desafortunadamente, me temo) se vertieran unos cuantos más antes de que está pintoresca y exuberante historia haya llegado a su final. Pero poco sabemos del por qué Boris lleva el nombre (tan bonito J ) que tiene. No es un nombre típico inglés. NI mucho menos de su clase alta. Entonces. ¿Qué fue que entre un amplísimo abanico de posibilidades se inclinasen por un nombre de origen eslavo? Bueno, ellos lo sabrán. Pero lo que a mí los años de formación y experiencia con familias me han traído es que la elección del nombre cuenta mucho sobre la pareja. En ello los padres de forma simbólica, depositan las esperanzas no tan solo para el/la hijo/hija, sino también para toda la familia. Cuesta creer que Stanley y Charlotte, incluso en sus más desatadas fantasías, habían imaginado un desenlace como el que llevó al puesto del primer ministro del país a su hijo, pero cosas más locas y escenarios menos imaginables vieron suceder numerosos padres que vieron sus esperanzas cumplirse.
Para mí la elección tendrá que ver con el verbo. Luchar. Sí algo ha demostrado este personaje tan complejo y contradictorio es que el coraje no le falta. Hasta ahora logró salir victorioso de la mayoría de las batallas que emprendió. Pero ahora toca ejercer algo que requiere más sabiduría, paciencia y dialogo que estamina y agallas. Ahora toca liderar y esto requiere dos rasgos de carácter que (al menos de la información de la que dispongo) a mi tocayo no le sobran. Me refiero a lealtad y compromiso. Dos de los rasgos indispensables para cualquiera que se proponga liderar un gran grupo humano.
En el curriculum del primer ministro, tanto desde su lado privado como el profesional no destacan muchos episodios en los cuales lealtad y/o compromiso salieron a lucir. La parte personal a uno se lo puede perdonar. En fin, “el corazón tiene razones que la razón no entiende” y soy el último que podría juzgarle, pero el puesto y la responsabilidad que ello conlleva requieren indagar muy al fondo del carácter de alguien en cuyas manos serán depositados destinos y futuros de millones de personas. Así que la larga historia de infidelidades amorosas pesa cuando la capacidad de lealtad y el compromiso de uno se ponen a la báscula.
Y sí aún decidiéramos pasar por alto estos detalles biográficos como insignificantes para su desempeño político, cabe recordar algunos episodios que revelan una cierta volatilidad de su dirección política e ideológica. En una columna publicada en 2000 Johnson definía los hombres de orientación homosexual como “bumboys”. Una década más tarde, siendo el diputado, votó a favor de matrimonios homosexuales. Llamó las mujeres vestidas de burka “buzones de correo” y poco después atacaba a Dinamarca por plantearse la prohibición de esta vestimenta en lugares públicos.
Pero quizá, dentro del contexto actual, la ambigüedad que más desataca su flexibilidad moral es su opinión sobre la Unión Europea. En la época cuando necesitaba el voto inmigrante para llevarse la alcaldía de una de las ciudades más cosmopolitas del mundo (Londres), Johnson se proclamaba el único político dispuesto a decir abiertamente “soy pro-inmigración”. Dejada la alcaldía, Johnson abrió la vela para dejarse llevar por los vientos xenófobos de los pro-brexiteros, convirtiéndose a su vez en una de sus figuras más destacadas. Y, para el colmo, mientras en 2003, aseguraba que «If we did not have one [EU], we would invent something like it,» hoy en día apuesta por llevarse el Reino Unido fuera de la UE, incluso sin el acuerdo.
Visto el perfil, tengo la esperanza que el «noble caballero» a quien, algunos aseguran, muchas veces se le malinterpreta, cambiará el rumbo. Que replanteará su posición. Que llegada la hora de la verdad se diera cuenta que lo más sensato será retroceder en sus aspiraciones, sin duda influidas por un incuestionablemente alto nivel intelectual y creatividad. Quizá la nueva presidenta de la Comisión Europea le podría echar una mano. La madre de siete hijos seguramente tiene mucha experiencia en tratar los caprichos de la “juventud” y le podría plantear lo mismo que mi madre me planteó a mi cuando en plena adolescencia la dije que me haría una cresta y que la pintaría de muchos colores bien chillones. Tras escucharme, con mucha paciencia y sabiduría, me contestó: Me parece muy bien. ¿Pero has pensado donde vas a vivir?
En fin, me quedé en casa. Era lo mejor para todos y nunca me arrepentí de no llevar mi plan a cabo.
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PD. La anécdota con mi madre ya lo había usado alguna vez, pero el nombre que llevo seguramente me permitirá cierta flexibilidad