La envidia lunática

Imagen fuente: brecorder.com

Siento una cierta envidia por la generación que llegó a la Luna porque el debate que la proeza construyó quedó enmarcado dentro de aquella célebre frase de Voltaire: Si Dios no existiera habría que inventarlo. Aquella imagen ofreció todo un paradigma nuevo para transformar la visión futura.

Independientemente si son verdad o ficción, (aquellos pasos más famosos de la historia sobre la superficie de la Luna) lo que la imagen permitió fue un cambio de visión brutal. Jamás visto. Los 600 millones de telespectadores alrededor del mundo observaron la transmisión de los astronautas pisando el suelo del astro más cercano que tenemos. Pero hubo otro elemento aún más poderoso en aquella imagen. En el fondo, sostenida en el infinito, colgaba nuestro planeta. La Tierra. Una. Única.

El poder del cambio de la perspectiva amplió la mirada que la humanidad tenía sobre muchos temas importantes, pero lo más importante fue que los pasos de Armstrong apoderaron aún más la conciencia ecologista iniciada con la primera toma de la Tierra desde el satélite Sputnik, una década antes. Desde entonces la visión del planeta como un sistema interdependiente de procesos y fenómenos naturales que lo afectan, ayudó a responsabilizarnos por los daños que nuestras acciones causan. Empezó a gestarse el primer movimiento social, libre de ideologías, religiones y nacionalismos, que obligó a los poderes políticos reconocer el peligro real que el cambio climático supone para la supervivencia de nuestra especie.

La llegada a la Luna fue el punto de inflexión de la generación de mis padres y cuando digo que siento la envidia es porque el punto de inflexión de nuestra generación fue el del 11S. El del ataque a las Torres Gemelas.

La generación anterior inició las conversaciones globales acerca de los temas que nos unen. Los temas que facilitan la colaboración y buscan la prosperidad mediante la cooperación. Los temas que nos alejan las miopías nacionalistas y orientan unos hacia otros.

Con aquel punto de inflexión empezó la idea de la libertad global. Con nuestro punto de inflexión volvió el terror. Volvieron los arquetipos de “lideres divinos” devotos a la “Patria”. Volvieron los miedos y los intereses cortoplacistas individuales. Volvió la competición hacía la aniquilación mutua.

La generación anterior pudo construir la visión dentro del paradigma de Voltaire, la nuestra tuvo que enredarse en aquella gran frase de Dostoyevski: Si Dios no existe, todo está permitido (Los hermanos Karamazov). La flexibilidad moral cuya culminación vivimos con la última gran crisis económico-financiera puso en evidencia la falta de la brújula moral que padecemos como humanidad. Ni siquiera la decadencia total ilustrada en aquel triste episodio pudo derrocar la confianza ciega (suicidal) en el crecimiento infinito basado en recursos naturales finitos, que todavía mueve nuestras sociedades. Del Norte al Sur. Del Oeste al Este.

Ojalá pronto tengamos un nuevo punto de inflexión global. Uno que nos haga asumir la responsabilidad que tenemos con las generaciones futuras de dejarles la Tierra q en mejores (o al menos iguales) condiciones en la que nos fue confiada cuando la heredamos.

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