Desde que empezó el Mundial de Fútbol no paro de recibir mensajes de felicitación por las victorias de la selección de Croacia. En vez de tener que explicar uno por uno el sentimiento que me producen las victorias deportivas, he aquí un breve resumen.
El primer punto viene reflejado en las palabras de Ivan Rakitic, (un jugador que admiro por su actitud, deportividad y moderación): «Solo si eres croata puedes entender lo que estamos sintiendo estos días», dijo en su último discurso.
Allí está, soy de Croacia, pero no soy croata.
Lo que siento es que: lo siento.
Lo siento que el país donde nací no ha sido capaz de superar el nacionalismo que excluye cualquier identidad distinta a la promovida por la política nacionalista, desde el inicio de la guerra civil. Lo siento que miles y miles de personas jóvenes tengan que compensar con los éxitos deportivos nacionales la tristeza que supone tener que dejar tu país por la falta de oportunidades laborales. Lo siento que en vez de los índices de una institución tan corrupta como la FIFA, Croacia no se esforzara para subir en los índices que realmente miden los éxitos colectivos. Los de las de las instituciones que monitorean el bienestar colectivo o la corrupción institucional.
El segundo punto tiene que ver con los populismos que crecen por toda Europa.
El ejemplo del nacionalismo croata es tentativo como modelo para muchos de ellos. Un país pequeño, casi completamente étnicamente puro, que cosecha éxitos deportivos en muchos frentes es sin duda un argumento potente para seducir los votantes indecisos. “Si nosotros fuéramos independientes haríamos lo mismo”; especulan las voces que temen que el nacionalismo, que tanto poder les proporciona desde hace siglos, perdiera su encanto ante un proyecto comunitario e incluyente. Ante una Europa fuerte, diversa y progresista.
Esas voces que resaltan “el milagro croata” medido en las medallas cosechadas en distintos deportes, obvian a mencionar que otros países de la antigua Yugoslavia hicieron lo mismo. Eslovenia, Serbia y Montenegro lograron muchísimas medallas en deportes colectivos e individuales. La cosa es que el talento nunca faltó en los Balcanes. Rabia y capricho tampoco. Canalizados hacía objetivos deportivos son una formula casi segura de éxito.
La antigua Yugoslavia también fue exitosa deportivamente. Quizá no tanto como la suma de los países surgidos de su descomposición, pero los niveles del bienestar individual eran más altos. Existía un consenso y una base social que garantizaba la educación, salud y trabajo para un amplio estrato de la sociedad. Hoy en día, salvo Eslovenia, los bajos niveles bienestar de los países independientes obligan a muchísima gente vivir resentida entre los casos de corrupción sistémica, compensados por los éxitos deportivos nacionales esporádicos.
El tercer punto tiene que ver con la evolución y progreso.
Me alegro por el éxito del grupo de chicos que se esforzaron para llegar hasta la gran final. También me alegra que el discrurso moderado los está alejando del chovinismo que caracterizaba las épocas anteriores. Pero sentirlo como éxito propio no corresponde con mi idea de felicidad. Puede ser que sea por la facilidad de complicarme la vida. Puede ser que si asumiera una identidad nacional, para compensar la fragilidad del ego, me hubiera sentido más realizado, pero sinceramente no puedo hacerlo. No puedo sentirme parte de éxito sin sudar la camisa.
No necesito de héroes ni heroicidades para sentirme realizado. Siempre que veo la euforia colectiva, motivada por logros individuales, recuerdo las palabras de Hannah Arendt: Maldita es toda aquella sociedad necesitada de héroes.
No necesito más héroes. Quiero formar parte de la sociedad de líderes. De individuos responsables y comprometidos que persiguen la realización individual mediante objetivos colectivos. Aquellos que aumentan el bienestar colectivo y no los mitos nacionales que perpetúan la corrupción, violencia y odio.
Así que me sumo a la felicitación a los 23 chicos y el equipo técnico de la selección croata, pero a la celebración me sumaré el día que el esfuerzo colectivo lograse situar el país entre los primeros del ranking de Transparency International (actualmente ocupa el puesto Nº57).
Impecable.
Gran texto.
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