A finales de cada agosto las calles de Cervera se llenan de magia. Decenas de miles de personas se entregan en cuerpo y alma a celebrar la fiesta del Aquelarre. Fue en el año 2002, el año de mi llegada a España, cuando estuve allí.
Se me quedó grabada en la memoria la imagen de aquella muchedumbre de gente despreocupada. Miles de personas bailando en la abundancia de los años del mayor boom económico que España había experimentado en su recién historia.
La iconografía de esta “cita diabólica” gira en torno de una parte de la cultura popular catalana. Concretamente en su aspecto mitológico y la representación de los temas como el Diablo, los Correfocs (pasacalles de fuego), los Dragones, las Brujas y el Infierno. La culminación de la fiesta llega con la Invocación y Aparición del Macho Cabrón y su Corrida final.
La simbología de la cultura judeo-cristiana está presente en todos los aspectos de la vida occidental. Es prácticamente inevitable en las manifestaciones políticas de cualquier ámbito. A noche, Israel ganó la Eurovisión. Ayer, Carles Puigdemont lució la imagen de la Virgen de Montserrat durante la entrevista para La Stampa. Y hoy, la cúpula de la CUP se reúne en el pueblo que festeja la Invocación y Aparición del Macho Cabrón. Se reúnen para decidir su voto en la investidura del candidato de JxCat para la presidencia de la Generalitat. Y de paso, el rumbo que tomará el conflicto entre Catalunya y España.
La imagen de España/Catalunya que dejé nada tuvo que ver con aquella muchedumbre despreocupada disfrutando en la abundancia de la bonanza del pelotazo del tocho. Hoy todo apunta que en Cervera la CUP dará el pistoletazo de salida para la Corrida final del Macho Cabrón.
Mediante la simbología, el texto, como los signos que podemos interpretar y el contexto, como todo aquello que nos permite la interpretación, acentúan la división entre los relatos que componen esta triste historia.