Cuando Putin se quitó los flotadores

“Era así cómo Mao se colocaba en una posición ventajosa. Bueno, me cansé de eso… Salí gateando, me senté en el borde de la piscina y colgué las piernas en el agua. Ahora estaba arriba y él nadaba abajo.” De esta forma describía Nikita Khruschev, el sucesor de Stalin y el primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1953 y 1964, una reunión con Mao Zedong.

El episodio tuvo lugar en el año 1958 en una visita relámpago que Nikita Khruschev realizó a Beijing para intentar a estabilizar la relación con China. Con el Stalin desde hace tiempo enterado y el Gran Salto Adelante recién estrenado, Mao se sentía en una situación ventajosa e intuía que era un buen momento para dejarlo claro ante el líder soviético. En su inagotable lucidez y afán estratégico se le ocurrió la gran idea de romper el protocolo y en lugar de la sala ceremonial donde previamente se habían reunido, invitarle a seguir las conversaciones en la piscina.

Si existiese la imagen de aquella reunión seguramente hubiera ganado por goleada aquella de Khruschev golpeando con rabia la mesa de la sala de las Naciones Unidas con el propio zapato. Imagínense la foto de aquel hombre calvo, de apenas un metro y medio de altura, su cara redonda, ojos azules chispeantes, su lunar en la mejilla, aquel hueco entre los dientes y la más que pronunciada barriga que acumulaba la mayor parte de sus más de 100 kilos de peso, vestido de bañador metido en la piscina, junto al líder chino.

Bueno, realmente no es nada especial. Quizá, salvo la curiosidad histórica, la foto no hubiera trascendido más allá de aquella actualidad, si no fuera por un detalle que la añade un toque insuperable. Casi surrealista.

El hombre más poderoso de la Unión Soviética llevaba puestos los flotadores en los brazos.

Consciente de que su contrincante no sabía nadar, Mao le invitó a discutir los temas bilaterales más ardientes entre las dos potencias comunistas, metidos en el plácido calor del agua de la piscina. Bueno, plácido quizá para todo aquel que sabía nadar, pero no tanto para Khruschev. Y tampoco para los intérpretes que encorsetados en trajes militares sudaban correteando al lado de la piscina, tratando de traducir los soliloquios filosóficos poetizados de Mao y los balbuceos aguados de un hombre a punto de ahogarse.

Este episodio, recogido por Henry Kissinger en On China, es  uno de los pocos divertidos en la compleja relación entre China y Rusia. Tras la Segunda Guerra Mundial era de esperar que la ideología comunista acercara los dos países, pero en realidad los alejó. Más que la ideología fueron las interpretaciones de sus dogmas llevadas al cabo por dos egos estratosféricos como los que habitaban dos caracteres históricos tan hambrientos del poder, en todas sus manifestaciones, como fueron Stalin y Mao.

La Unión Soviética consideraba el mundo comunista como una entidad estratégica única cuyo liderazgo estaba en Moscú, anota Kissinger. Pero aquella visión se olvidaba de que en realidad la China de Mao era la extensión del mismo reino cuyo origen estaba anclado en la eternidad. A diferencia de otros grandes imperios, el punto de partida del imperio chino no está claramente marcado en la línea de tiempo. Para los chinos, independiente de su ideología, su origen está en la eternidad. Y para Mao, por muy rojo que fuera, por encima de la ideología estaba el orgullo patrio. Igual que lo fue para todos los emperadores, sus predecesores, que veían como “bárbaros” todos que venían fuera de las fronteras del imperio.

Es lo que les permitió mantener la China unida desde la eternidad. Es lo que les permite mantener la visión a largo plazo. En esta clave se puede entender el enfado de Mao ante la invitación de Khruschev a mandar trabajadores chinos a construir proyectos en Siberia. Le mando a freír espárragos diciendo que “si nosotros fuéramos a aceptar tal invitación otros podrían pensar que la Unión Soviética tenía la misma imagen de China como los capitalistas del Occidente”. La imagen de un país pobre, con altas tasas de desempleo y fuente de mano de obra barata.  En fin, no era una imagen tergiversada. Mao lo sabía igual que lo sabía su sucesor Deng Xiaoping que abrió el país al occidente convirtiéndolo en la mayor fábrica del mundo.

La diferencia entre ambos no era ideológica, sino pragmática. A largo plazo era mejor abrirse al occidente, aprender de ello, industrializar y modernizar el país, que mandar trabajadores a construir la Unión Soviética. China primero. Es innegociable. Y si tardamos una o dos generaciones a conseguir el objetivo, no pasa nada. Es un simple parpadeo comparado con la eternidad.

En este último siglo China ha aprendido convivir con los “bárbaros” y lo hace desde el pragmatismo y estrategias a largo plazo. Para ello necesita socios, no rivales. Socios que les pueden garantizar estabilidad y crecimiento proporcionando recursos que necesiten. Tras siglos de disputas, guerras y tensiones Putin ha acercado Rusia para ser un socio fiable a largo plazo.

Por mucho que nos empeñemos a gritar sobre los niveles democráticos y los derechos humanos y políticos en Rusia, son las democracias occidentales las que proporcionaron el material narrativo para construir el mito llamado Putin.

Cuando la OTAN liderada por Clinton (en plena recuperación de la mamada más mediática de la historia y su correspondiente impeachment) bombardeó y anexionó una parte de Serbia, saltándose la resolución de la ONU. O cuando, haciendo lo mismo, EEUU y Reino Unido fabricaron las pruebas para bombardear e invadir Irak, en realidad proporcionaron pretextos históricos que permitieron a Putin anexionar Crimea e intervenir en Siria.

En fin; “Esas son las reglas y son vuestras”. Un argumento perfecto para un hombre que mejor que nadie interpretó el estado de ánimo de Rusia humillada por décadas de saqueo que tuvieron su culminación en el proceso de privatización. Un proceso de apertura al capitalismo llevado a cabo por el primer ministro Yegor Gaidar y diseñado por un grupo de expertos de la Universidad de Harvard.

Un desastre. Hundieron el país en la absoluta miseria y crearon el caldo de cultivo para la aparición del mito. Un hombre fuerte que baja desde los cielos (en un MIG) para recuperar el orgullo patrio. Un hombre que comprende a perfección las palabras de Vladimir Vojnovich, el autor de Moscú 2042 (una libro lúcido y muy recomendado) que la democracia no es un mero objetivo a conseguir sino un estilo de vida. El estilo de vida de la mayor parte de rusos nada tiene que ver con el estilo de vida occidental. El hombre que no necesita más que poner aquealla mistriosoa mueca de labios para sumar apoyo y aumentar la admiración entre los suyos, lo tiene muy claro.

Derribar un avión lleno de pasajeros. O no. Envenenar un ex agente de KGB. O no. Asesinar opositores políticos. O no. La arrogancia del occidente le ha permitido una posición muy ventajosa en la cual, para seguir siendo admirado internamente, no importa si lo hizo o no. Tanto si lo hizo o no, le ayuda a seguir engrandeciendo su leyenda y el mito. Perpetuarse en el poder.

Para China, acostumbrada a no meterse en los asuntos internos de los “bárbaros”, lo único importante es la estabilidad que sus socios les pueden garantizar. Putin lo hace. No necesita de flotadores para meterse en la piscina.

Mientras EEUU y sus aliados siguen presumiendo del músculo, China ya ejerce su hegemonía globalmente. Y lo hace sin haber disparado una sola bala. Sin un solo soldado chino muerto luchando por sus “intereses nacionales” lejos de sus fronteras. Los colegios pakistanís ya priorizan el mandarín al inglés, la inmensa cantidad de tierras africanas está siendo cultivada por empresas chinas, mientras en América Latina, aumenta su influencia política, cultural y social para ocupar el vacío creado por la falta de estrategia estadounidense.

Para China, Rusia de Putin ofrece señales de estabilidad a largo plazo. Una clara línea que les da confianza de emprender proyectos estratégicos conjuntos. Mientras tanto en Europa vuelven a reaparecer las viejas rencillas, surgidas de las nostalgias del pasado.

La balanza del poder global claramente está girando hacia Asia. Si Europa no sea capaz de construir un liderazgo sólido. Dibujar una línea clara y firme orientada hacia el largo plazo que independientemente de los procesos electorales mantendrá claras las principales líneas estratégicas, no tendrá mucho que ofrecer a China.

Si uno va solo puede que llegara más rápido. Pero si vamos juntos seguramente llegaremos más lejos. Los chinos no tienen prisas y si Europa no es capaz de ir unida acabará siendo el mercadillo chino de segunda mano, cuyos gerentes necesitan flotadores para meterse en la piscina.

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