
Se acabaron los dilemas. Ahora hay que acostumbrarse a las elecciones. La diferencia entre una cosa y otra es que los dilemas se debaten entre dos opciones. Con las elecciones las opcionalidad se multiplica, según la complejidad del sistema.
La complejidad actual ha avanzado hasta unos niveles donde los dilemas ya parecen cosa de un pasado lejano. Reposaban cómodamente sobre los hombros de dos milenios de la tradición metafísica, cuya principal aportación fue la dualidad.
Si una cosa está bien es porque la otra está mal. Pim-pam. El dilema resuelto.
Pero ya no. Los dilemas permitían la existencia de la “verdad absoluta”. De aquella ilusión surgida de la cueva de Platón y tan bien ilustrada en Matrix.
“Toma la píldora azul: el cuento termina, despiertas en tu cama y creerás lo que quieras creer. Toma la píldora roja: permaneces en el país de las maravillas y te mostraré qué tan profundo llega la madriguera. Recuerda, todo lo que estoy ofreciendo es la verdad, nada más.”
Entonces llegó el Brexit y la gente se sorprendió. Más allá de los laboristas y conservadores había una masa hambrienta de otras realidades. Tragaron el cuento, engrasado de mitos y leyendas románticas, y ya no les queda otra que cantar aquel verso popular:
«Every island is a prison
Strongly guarded by the sea;
Kings and princes, for that reason,
Prisoners are, as well as we»
Después llegó Trump. ¡¡¡Madre mía eso que es!!! ¡¡¡¡No puede ser!!!! Se oía por todas partes. Entre los demócratas y republicanos se coló el debate sobre si la peluca o la cabellera. Sobre las tetas, coños y muros que iban a hacer:
America great again!
(Evidentemente Trump llegó como el candidato republicano, pero para este oportunista prostituto ideológico este simplemente fue un canal de ventas.)
¿Pero qué pasa con Macron. Podemos. Ciudadanos. Cinco estrellas,….? Ninguno de estos “fenómenos” ya puede ser considerado una sorpresa. Son la nueva realidad. La realidad que deja claro que se acabaron los dilemas. Ya estamos en la era de la elección. Ya no hay mayoría absolutas, igual que no hay verdades absolutas.
Si es bueno o malo, diría lo mismo que dijo Deng Xiao Ping cuando le preguntaron que opinaba sobre el efecto de la revolución francesa de 1789:
“Aún es temprano para saber”
Todo esto remite a Cataluñnya. Es un caso ideal para poner de manifiesto que los tiempos han cambiado. Que la historia se acabó. Que esto ya no va de uno u otro. Va de todo.
Si realmente hubiese seny en Catalunya, no hubiese habido este dilema entre independentismo y constitucionalismo que corroe la convivencia. Del dilema se hubiese pasado a la elección que entienda el poder como servicio y no como privilegio de la verdad. Un poder que asista en la construcción del bienestar común y no en demostrar que su verdad es más fuerte que la del otro. Que una parte manda sobre la otra. Que una tribu es mejor que la otra. No lo es. Es una tribu,… en el siglo 21. Allí se acaba el dilema.