
“Creía que choriceabais un poquito, pero esto es ya serio” decía Velimir Ilic, un conocido ministro y líder político serbio cuando comentaba un importante caso de corrupción que sacudió a una empresa pública. El hombre usaba la palabra “kraduckate” que es el diminutivo del verbo robar, y creo que (para ilustrar lo más cerca posible la traducción) el mejor diminutivo para el verbo robar en castellano es choricear.
El hecho de que un ministro emplease el diminutivo para describir un delito tan mezquino, forma parte de la narrativa que mantiene los sistemas corruptos. Los sistemas donde robar “poquito” se entiende como parte del trabajo. Algo de lo más normal. Como el seguro médico, la pensión o las cenas de Navidad.
Pero el hecho de que haya sucedido en Serbia es meramente circunstancial. Velimir Ilic podría haber sido ministro de cualquier de los países situados por debajo del puesto 20 en el Índice de Percepción de la Corrupción 2016 de Transparency International.
España, “casualmente”, ocupa el puesto 41. Digo casualmente porque los casos para tal mérito no le faltan. Por mucho que desde el Gobierno se empeñasen a anunciar incansablemente que España es un país de derecho, con una clara separación entre el poder político y jurídico, la realidad lo desmiente diariamente.
Tal separación no la hay. Al menos no se manifiesta. Hay un poder que está más fuerte y unido que nunca.
Incluso el “Procès” lo pone de manifiesto. Pero no desde el tira y afloja entre el independentismo y el constitucionalismo, sino desde el perverso hecho de que en realidad hay dos “Procès”. Uno el de la calle y otro el de las cloacas de un aparato corrupto que funciona a base de lealtades que giran en torno de aquella famosa frase:
Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta[1].
El día que Artur Más se bajó del barco (ejercitando aquel instinto innato que se encuentra entre una especie de roedores y de un cierto tipo de políticos) se puso de manifiesto que detrás de la honorable fachada de las negociaciones sobre el “Procès”, había otro proceso que se encargaba de meter por debajo de la alfombra toda la porquería del 3%.
Por la noche veía al árbitro del partido disputado entre Las Palmas y el Barça pitar el final del primer tiempo, en lugar de la falta y la tarjeta roja al portero. No podía creer mis ojos. “En fin, es sólo el futbol”, podía pensar en cualquier otro país con cualquier otra agenda. Pero, no es sólo el futbol cuando “Més que en club” se juega la Liga, el independentismo se juega la investidura y al mismo tiempo:
Todo está en el timing. En el momentum. Cuando el más relevante indicador del estado anímico catalán se ve perjudicado por las decisiones arbitrales y un condenado por corrupción sale a la libertad pagando la fianza que fue negada a unas personas detenidas por sus ideas políticas, automáticamente se pone en acción el argumento antes mencionado:
Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.
El Deus et máquina que de pronto sacó del agujero en que se había metido los últimos meses al mismísimo Jordi Pujol. Aquel hombre que dijo que el catalán es todo aquel que paga impuestos en Catalunya, al mismo tiempo llevaba su pasta a Andorra. Tenía los santos cojones de salir del pozo donde se había escondido para advertir de las “decepciones” del “idealismo excesivo del “procès”.
Tras todo este desmadre todo empieza a volver a su cauce natural. A aquel donde choricear es de lo más normal. Dónde no importa ser hijo de puta, sino ser “nuestro hijo de puta”. La cosa nostra.
En fin, cuando leí la noticia me recordé por qué preferí los largos, fríos y oscuros inviernos del Norte al sol de España. A estas alturas de la vida, prefiero el buen clima social al agradable clima ambiental.
Lo prefiero porque en Suecia los jueces y fiscales no son personajes mediáticos que ocupan la mayor parte del espacio de las portadas en los diarios. No generan expectativas, como si de del jurado del Gran Hermano se tratase, de quienes serán los próximos nominados a entrar o salir de la “casa”.
Lo prefiero porque España no es país para muchos. Es un país para pocos. Para los undargarines, millets, díaz, barcenas,… Para la Caja B, del 3%, el abuelo Florenci, el ITV, el Gürtel,…para los “nuestros”. Para choricear.
Lo prefiero porque, por mucho que quiero a España, el país desde hace tiempo dejó claro que la justicia e igualdad no van de la mano.
Porque no soporto hijos de puta.
Porque no hay pan para tanto chorizo en un país que da para mucho pero no es para muchos.
[1]Franklin Delano Roosevelt, usó la frase para definir el dictador nicaragüense Tacho Somoza: «Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta»