Me siento afortunado por las circunstancias personales que me permiten observar desde cerca y desde lejos el conflicto que se vive en relación España-Catalunya, y viceversa. En los últimos dos meses he viajado casi cada semana desde Suecia a Barcelona y he podido ver el complejo de la situación que se vive desde las distintas ópticas.
El Procés ha ido cambiando las marchas, direcciones, estrategias y giros mareantes, mientras el Gobierno se mantuvo en el inmovilismo constitucionalista, solamente alterado en la torpeza de actuación que intentaba prevenir la celebración de un referéndum que no reconocía. En fin, la torpeza es muy habitual en los cuerpos poco habituados a moverse.
Pero, pasó lo que pasó, y aquí estamos pendientes de la siguiente entrega de esta serie que se prevé larga y llena de giros sorprendentes. Lo que nos dejó el último capítulo es un Gobierno con poder pero sin autoridad de gobernar Catalunya, y un Gobern con autoridad pero sin poder de llevar a cabo el Procés. El poder sin autoridad ejerce totalitarismo. La autoridad sin el poder causa frustración.
Por un lado, el intento de forzar la máquina y generar un escenario propicio para la independencia chocó con la realidad del contexto actual muy lejano de contextos históricos en los que se fraguaban las independencias. Por ejemplo la «declaración de Independencia de EEUU tuvo vigencia porque aquellos que la hicieron tuvieron el poder de asegurar su cumplimiento», como decía Rafael Echeverría. El Gobern no lo tuvo.
Por otro lado, la reacción del Gobierno, que salido de la hibernación constitucionalista abusó del apetito y empezó tragarse todo lo que encontró de camino, diciendo, con la boca llena y con las manos en la masa, “Yo no he sido”, señalando a la Justicia y el Verso 155 que decía “A Dios rogando y con el Maza dando.»
Igual que le decía a una amiga lituana pro-independencia, que ni Catalunya es Lituania, ni España es la URSS, mientras trataba de explicarla porque pedía a que la gente no comprara los cuentos baratos que escuchaba repetir desde el intento de internacionalizar el Procés apuntando hacia la falta de libertades y democracia. Igual le contestaba a un amigo argentino pro-constitución, que decía que el tema Catalán era un tema legal y por lo tanto veía bien que fuera resuelto mediante la Justicia, que lo podría creer si esto sucediera en un país donde los poderes fueran claramente separados, pero no en un país cuya independencia judicial el Foro Económico Mundial sitúa al nivel de Irán e Indonesia
El “problema” catalán es un tema político y como tal debe ser resuelto mediante dialogo. El argumento tipo “De esto no se habla” ha de desaparecer por completo del diccionario político, abriendo la disposición y la disponibilidad para encontrar solución lo antes posible para que la gente pueda vivir sus vidas sin pensar en el lío que podrán esperar mañana.
Hay que partir de allí porque esto es algo que todos están de acuerdo. Tanto los independentistas, como los constitucionalistas. Y también es como el tema catalán se ve desde fuera.
Por primera vez noté que la campaña mediática del Gobern empezaba dar frutos cuando de forma tímida empezaron a aparecer breves noticias en los medios suecos, por allí a principios de verano. Hoy en día es uno de los principales temas de la agenda internacional y apenas hay día que no esté entre las principales noticias algo relacionado con Catalunya.
Pero, el tema se ve muy diferente desde Suecia, donde la gente no entiende cómo puede haber representantes democráticamente elegidos metidos en la cárcel por algo cómo sedición que, salvo los aficionados a investigar la historia jurídica, la gente no entiende cómo pueda ser motivo de una posible pena de hasta 30 años de cárcel.
Como se ve en Croacia, donde estuve el día de la declaración de la independencia de Catalunya. Mi familia no entiende que haya gente dispuesta a forzar las cosas hasta las últimas consecuencias. Aquellas que nosotros vivimos en propia piel, para acabar en lo mismo y peor de lo que estaban antes. El paro, el nepotismo y la corrupción están entre los principales logros de la independencia, que costó la vida de decenas de miles de personas y destruyó a centenares de otras.
Es cierto que el Procés es la consecuencia de la arrogancia de la administración española hacía el sentimiento catalán, y que la fractura empezó el día que el Estatut fue rechazado. Pero, lo pasado, pasado está. Hay que dejarlo allí y empezar a construir el futuro generando nuevas posibilidades.
El Modelo Barcelona ha sido un éxito que transformo la ciudad y la convirtió en una referencia mundial. Usar el mismo canal de venta para vender el Modelo Catalunya, puede dar resultados (de hecho lo está dando) pero me temo que no serán los resultados que la mayoría de la gente espera. Simplemente, porque la mercancía no es la misma. El nacionalismo siendo el residuo de los patrones tribales de comportamiento que las políticas explotan a su antojo siempre que se queden sin ideas y soluciones para mejorar la vida de las personas, es un producto tóxico. Pero sigue siendo la respuesta automática que brinda los mejores resultados en tiempos de desventajas económicas. Menor el ingreso, mayor el sentimiento nacional.
Espero que el Modelo Catalunya puede ir más lejos y, en vez de volver al pasado, llevar hacía la integración de las diferencias que amplían el espacio de oportunidades y posibilidades de todos en lugar de las ganancias de pocos.