El vuelo, sorprendentemente, salió a la hora para llevarme a Barcelona donde el tiempo se comprime. El presente se vierte desbordado por la línea del tiempo. Fuera de su cauce.
Las piezas se soltaron. El reloj enloqueció. Corre hacia atrás, marcando el futuro.
Nubes. Sostenidas sobre las columnas de las luces intermitentes.
Causalidades.
Octubre.
Las calles huelen a ganas de primavera.
España en su otoño. Castañas en el fuego.
Bilingües.
Gritos. Rebotan en el vacío que dejó el sentido tras ser ahuyentado por las ráfagas de las primeras piedras que tiraron los justos. Unísonos en el desacuerdo.
Tranquilo que no pasa nada.
Espero.
Los futuros escombros envidian las ruinas.
¿Cuánto?
La pregunta yace sobre las mesas del Gobierno y del Gobern.
Si el mundo fuera regido por la calidad, en vez de la cantidad, me mantendría en la esperanza de que el conflicto que se vive entre Catalunya y España pudiera desarrollarse sobre un escenario pacifico. Desafortunadamente, la cantidad es la prerrogativa en la sociedad de consumo.
Todo tiene su precio.
La independencia también.
Su moneda de cambio son las vidas humanas. La subasta empezó el pasado domingo.
“840” personas heridas de un lado.
“450” policías del otro.
¿Quién está dispuesto a pagar más?
Se especula con el precio final.
¿1000?
¿10 000?
¿100 000?
…
¿Qué dice la tabla de cambios?
Como en una subasta, los gatekeepers pujan para sus clientes. La opinión pública.
¿A cuánto sale esta independencia?
¿1000?
¿10 000?
¿100 000?
BBC, CNN, NBC, CCTV, ZDF
New York Times, Financial Times, Time is money…
Empujan la subasta.
La pregunta arde sobre las dos mesas.
Mientras la península se desplaza hacia el Este, Europa calla. Espera conocer el precio.
Los gritos suben las apuestas.
Mientras en Madrid se debaten entre el mazo y el bisturí, en Barcelona se debaten entre:
- Proceso largo. Agotador.
- Proceso corto. Devastador.
Si vuelva el sentido los de la mesa de Madrid y la de Barcelona saldrán de esta puja absurda.
Se sentaran para hablar antes de cerrar la venta.
No se dejarán ser convertidos en una triste noticia.
Se darán cuenta que luchar por la paz es como follar por la virginidad.
No se sumarán a la arrogancia de aquel general que con el fondo de los escombros del puente que ordenó a destruir, chuleaba que construirá uno más bonito y más antiguo.
Entenderán por qué Hanna Arendt maldecía las sociedades necesitadas de héroes.