Leo que «El consumo de tranquilizantes sube porque fracasamos ante la adversidad», y que «la falta de alfabetización emocional contribuye a la excesiva medicalización». El único beneficiado de esta situación es la industría farmaceutica que a través del famoso DSM (El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales- en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) cataloga la gente y nos distribuye en estanterías correspondientes al fármaco que a uno/a le/a toca.
Desde hace mucho tiempo que las categorías existen. La de los que se les permite oír voces y la de los que no. Entre las primeras fueron las que segmentaban a los que escuchaban voces. A unos se les considera santos y se les reservan fechas en el calendario. A otros se les considera locos. Antaño, a estos se les encerraba bajo llaves pero la medicina y la farmacia (lea industria) progresaron hasta tal punto de crear cárceles móviles.
Sin entrar a tratar los síntomas, los potentes fármacos inhabilitan ciertas partes y conexiones neuronales y uno/a acaba desconectado/a tanto del sintoma como del mundo y la realidad que lo/a rodea. Encerrado en su celda, personalizada, diagnosticada y móvil.
El famoso DSM ya tiene su quinta actualización y los que lo sufrieron en propia carne y huesos conocen bien su alcance. No por nada en un grafiti, escrito en una pared dentro de un asilo psiquiátrico de Zagreb en los años ’80, ponía: “Estamos dentro por estar en minoría”.
Antes de recurrir a los medicamientos uno tiene muchas alternativas y todas ellas pasan por la buena ALFABETIZACIÓN EMOCIONAL.
Es por ello que cuando me preguntan ¿Por qué me gusta entender la vida como material literario?, contesto:
Porque me resulta más llevadero poder decir: esto no es un problema. Es material literario.
Porque me resulta más llevadero poder decir: esto no es un problema. Es material literario.