Cuando al principio de la II Guerra Mundial, los alemanes buscaban “la solución final” a los judíos de Dinamarca un emisario nazi llegó a entrevistarse con el rey Christian X. Cuando el capullo le preguntó al monarca sobre los métodos que tenían pensados para “resolver el problema judío” el rey le contestó: “No tenemos un problema judío. No nos sentimos inferiores”.
Más tarde, cuando los nazis ordenaron a los judíos tener que llevar el brazalete con la estrella de David en signo de distinción del resto de la población, fue el mismo monarca el primero a ofrecerse a llevar uno. Su sencilla explicación era que no existían las diferencias entre un danés y otro y por lo tanto la norma que ordenaban no era aplicable a los daneses.
Ya en el año 1939 este pequeño gran país mostraba el camino que desafortunadamente incluso los que se jactan de ser el faro de la democracia parecen haber olvidado:
Aquel año visto el auge del nacismo el parlamento danés aprobó el artículo 266b del Código Penal quien dice lo siguiente: «Cualquier persona que públicamente o con intención de una amplia divulgación, haga declaraciones o divulgue otras informaciones por las que un grupo de personas se vea amenazado, insultado o degradado a propósito de su raza, color, origen étnico o nacional, religión o inclinación sexual se expondrá a una multa o cárcel por un periodo no superior a dos años».
El primer error en que solemos caer como sociedad es aceptar la distincción dialéctica entre “nosotros” y “ellos”. Este juego sútil, aparentemente meramente del dominio semántico, esconde una trampa. Es la trUmpa que posteriormente permite a que los discursos xenófobos y racistas se vayan haciendo más hueco hasta que finalmente se apoderen completamente del espacio público. Cuando esto sucede, suele ser ya demasiado tarde para reaccionar. El virus ya había escalado en epidemia y las cuarentenas se imponen como “la solución final”.
Un ejercicio sencillo para fortalecer el sistema inmunológico es viajar. Es la vacuna que hará que cada vez que hablases de “ellos” no olvidaras de incluirte. Es la solución final del principio de la igualdad.
(Y si quieres curarte pero no sabes muy bien donde, te recomiendo los países escandinavos. Sinceramente, no conozco otro ejemplo donde uno puede encontrar que el pueblo de un país llevase el nombre del rey del país vecino. Es el ejemplo del pueblo donde vivo.)