
La vulgarización del espacio público ha permitido la proliferación de personajes que (ante el miedo de marginalización a la que la tercera revolución industrial haya condenado a amplias partes de la clase baja y media) venden mitos nacionales como pócima mágica.
Aprovechan el tiempo de incertidumbre económica sabiendo que en el inconsciente colectivo todavía resuenan los mitos populares. Lo usan para revivir la “grandeza” de los tiempos imperiales. De allí no extraña que los vendedores de las pócimas mágicas vayan triunfando, pero la culpa no es de ellos. Es nuestra.
Hemos permitido la vulgarización del espacio público, dejando que la retórica pornográfica se apoderase de la construcción social. De allí la apatía generalizada, cristalizada en la actitud derrotista: “Esto está jodido”.
¡No lo es!
Desde la muerte de la historia quedó patente que esa no se repite. Lo único que se repite es la ignorancia de aquellos que ante los nuevos retos prefieren mirar hacia atrás. Los mismos que desde la ignorancia olvidan de mirar el progreso desde el contexto de higiene y hábitos alimenticios.
Sabemos que existe una correlación directa entre crecer alimentándose con la “comida basura” y la esperanza de vida.
+ comida basura = – salud
¿Por qué nos cuesta tanto entender que la misma fórmula funciona para el desarrollo emocional e intelectual del ser humano?
+ tele basura = – salud
¿Qué hacemos para que en la sociedad haya una mejor salud emocional e intelectual? Paradojicamente, a pesar de la hiperconectividad, cada vez menos. Sustituimos las pantallas por el espacio publico y con ello dejamos a la merced de los mercados a crear los satisfactores.
¿Qué son los satisfactores?
Los seres humanos compartimos las mismas necesidades fundamentales. Estas responden a cuatro verbos universales:
Ser | Tener | Hacer | Estar
De los satisfactores que las culturas promueven depende el desarrollo emocional e intelectual de sus ciudadanos. Es lo que define a cada cultura.
Nos extrañamos que un personaje misógino, racista y malhablado pueda convertirse en el líder, pero olvidamos de mirar los satisfactores que la cultura imperante promueve. En una sociedad que promueve, como norma general, una cultura sobresexualizada, superficial, facilona y violenta no hemos de extrañarnos que la elección recaiga sobre alguien que en su discurso integrara todos estos elementos.
Pero, nada está perdido. En mi opinión, la solución pasa, no tanto por la intervención, como por la prevención.
No podemos eliminar de un día para otro los satisfactores que las generaciones de la cultura de consumo hayan sembrado en todas las sociedades. Lo que podemos hacer es prevenir que las mismas sigan proliferando y apoderándose del espacio público.
Para ello hace falta reactivar los satisfactores opuestos a los promovidos por la tele basura.
Para empezar, hay que reactivar la lectura.
Una persona que suele a leer tiende a ser bien informada, culta e inteligente. Además, es más dada a tomar las decisiones que son buenas para su salud, que buscan de construir un mejor sistema de bienestar común y por índole le/a hacen a uno sentirse feliz y realizado/a.
Al lado contrario, están las masas adiestradas para ser aptas para servir de carne de cañón en las campañas de hacer grandes imperios,… again.
La lectura debería ser el dominio del Ministerio de la Salud.