Para salir de la crisis impulsada por la pandemia Covid-19, “España deberá dotarse de una política industrial de nuevo tipo, basada en la digitalización y la descarbonización de la economía”, asegura Enric Juliana en un análisis (ya de costumbre) bien informado y acertado. A continuación el directivo de La Vanguardia vaticina que tal proceso no será fácil, puesto que España desde hace tiempo renunció a la política industrial.
Movidos por la globalización que, debido en primer lugar al mucho menor coste de producción, trasladó el peso de la industrialización hacia los países en desarrollo, las élites políticas españolas apostaron por el modelo de crecimiento basado en la industria inmobiliaria y el turismo. El grifo de los subsidios europeos, enchufado a los tubos de la industria financiera global, vertía miles de millones de euros en proyectos faraónicos sin más criterio que buenos contactos personales entre los políticos (corruptos) y las empresas promotoras y constructoras (sin escrúpulos). Aeropuertos internacionales sin aviones, polideportivos sin deportistas y autopistas sin coches, son el principal reflejo del sinsentido llevado a cabo (sobre todo) durante la primera década del nuevo milenio.

La crisis económico-financiera, iniciada con la caída de los Lehman Brothers, puso en evidencia las carencias de un sistema global en el cual, como Peter Drucker vaticinaba, la economía de las mercancías se había desconectado de la economía industrial, la economía industrial se había desconectado de la economía de empleo y el comercio mundial se había desconectado de los flujos financieros mundiales. Durante este tiempo los símbolos del crecimiento económico dejaron de ser los emprendedores cercanos a los procesos industriales en cuyas manos fue depositada la confianza de las primeras dos revoluciones industriales. Los nuevos símbolos del “éxito” empezaron a ser los aventureros cercanos a los algoritmos financieros.
Las consecuencias de tal desconexión la vimos con la última gran crisis económico-financiera. La falta de la virtud política y ética empresarial, apoyados en una visión a largo plazo, condenó a España, y muchos otros países, a la pérdida de calidad de vida y retrocesos de políticas del bienestar social. Con la brecha cada vez más amplia entre los extremos de las clases sociales la desconfianza despertó la fantasmas de los tiempos más oscuros y propició el auge de los nacionalismos extremos. Éste auge está en parte sostenido sobre la visión impulsada por los oportunistas políticos que construyen la imagen distorsionada de, por un lado, empresarios “explotadores” y, por el otro, trabajadores “parásitos”. Un bucle de víctimas y verdugos donde la responsabilidad individual dejó el lugar a la queja política.
El elemento que los últimos siglos equilibraba la confianza social fueron los emprendedores industriales. Aquellos hombres y (desafortunadamente pocas) mujeres, que Joseph Schumpeter llamaba ‘capitanes de industria’, fueron el pilar del desarrollo socio-económico de las primeras dos revoluciones industriales. Según el gran teorético, aparte de ser los principales agentes del desarrollo económico, los ‘capitanes’ también tuvieron el papel clave en la innovación. El capitalismo salvaje basado en especulación financiera disminuyó su influencia y los resultados socio-económicos son lo que estamos presenciando ahora. La pérdida de la capacidad industrial quedó ilustrada por la mortandad de las fábricas cuyos terrenos fueron convertidos en solares para construir pisos y hoteles, que a su vez fueron convertidos en nuevos símbolos del crecimiento de la burbuja que tras explotar se llevó por delante la cohesión social.
Durante los años vividos en España, he conocido algunos ‘capitanes’ y muchos empresarios procedentes de las familias en cuyos senos el espíritu emprendedor de los capitanes de industria mantiene vivo aquel elemento cohesionador, desafortunadamente perdido durante los tiempos del crecimiento vertiginoso basado en especulación financiera. Todos ellos, gente honrada, comprometida, trabajadora y arraigada en la sociedad donde generan empleo y riqueza. Personas que viven valores a flor de piel, reacias a aventuras cortoplacistas que pusieran en peligro el legado y el buen nombre de la familia.
En parte, fue gracias a ésta experiencia que para mi tesis final del Máster en Estudios Medioambientales y Ciencias de Sostenibilidad en Suecia, opté por escribir sobre la influencia de los valores en el comportamiento pro-medioambiental de las grandes empresas familiares europeas. El estudio está enmarcado en el Green Deal europeo cual, en gran medida, será “el criterio con que se utilizarán los de los fondos europeos para el relanzamiento de la economía”. Los resultados indican que la internacionalización de los valores altruistas y biosfericos está positivamente relacionada con el comportamiento necesario para alcanzar los objetivos de decarbonización marcados por el Green Deal. En este sentido, los nuevos ‘capitanes de industria’ serán uno de los elementos claves para promocionar valores pro-medioambientales como semillas de la futura economía decarbonizada.
Por todo ello, coincido con Enric Juliana en su pronóstico que para la salida de ésta crisis “será necesaria una política industrial y unas estrategias en el ámbito de la política energética que exigirán mucha finura política.” Pero la implementación de cualquier plan de recuperación no dependerá solamente de la cantidad de dinero disponible. Una gran parte de su éxito dependerá de la capacidad de convertir estrategias en proyectos viables. El elemento clave en este proceso será la confianza entre el empresariado y la sociedad y, por ello, los nuevos capitanes de industria tienen que ser fiduciarios del desarrollo sostenible. Puede que sonará iluso, pero en los tiempos venideros la protección medioambiental se convertirá en el principal objetivo estratégico de todas las economías. La competencia estimulará la persecución de la máxima eficiencia a la hora de recortar las emisiones de los gases de efecto invernadero y el uso de la energía. Esto requiere competencias, carácter, motivación y respeto de los ‘capitanes fiduciarios’ y una mentalidad abierta libre del peso de las viejas trifulcas ideológicas.