
“Ahora me entiendo mejor; ¡Soy ballardiana!” me dijo una amiga tras salir de la expo dedicada a James Graham Ballard. Fue una de las exposiciones más impactantes que vi en el CCCB. El cártel ya lo anunciaba:
“Capaz de descifrar las claves de un presente visionario J.G. Ballard ha imaginado un futuro de piscinas vacías, moteles, abandonados, bellas catástrofes, perversiones insospechadas y arquitecturas asépticas que, en buena medida, ya son nuestro presente.”
Revolcándose en pijamas en sus hogares convertidos en oficinas-guarderías, dos terceras partes de la humanidad ya vive la realidad ballardiana. Imágenes de animales salvajes merodeando por las calles vacías del centro de las grandes ciudades, hoteles llenos de camas de hospitales vacías y los sermones de los líderes políticos medio psicóticos, son el presente ballardiano de éste “único planeta realmente extraño”. Un apodo tan apropiado para poner énfasis a la culminación de Antropoceno.
Pero la función de la obra de Ballard, no es la apatía. Cómo decía Andrej Tarkovski, el arte no sirve para resolver, sino para evidenciar problemas y la obra literaria de Ballard, por muy apocalíptica que en su plasticidad lo pareciera, es esperanzadora. Sirve para recordar que «cada uno de nosotros tiene la edad de todo el reino biológico, y nuestras corrientes sanguíneas son ríos que desembocan en el vasto océano de la memoria de ese reino», tal como el gran maestro lo anotó en «El mundo sumergido”
Y si, cómo decía, “la realidad ya no convence”, es porque no es la realidad biológica. El tiempo de reflexión que la pandemia nos ha otorgado debería servir para reencontrarnos con la realidad de la Tierra. Para entendernos mejor.